lunes, 9 de junio de 2014

Momo y los hombres de gris


No estaba buscando ese libro en el trastero. Ni siquiera estaba buscando libros. Mi trastero es un espacio del recuerdo, allí se almacenan en un orden cercano a los principios de la entropía, tendiendo al máximo desorden, misterios del tiempo y el espacio comparten rincón dos crashpads con una vieja tabla de surf, sujetados por una fila de libros que llega hasta el techo, palabras que han visto mis ojos para dormir hasta un nuevo lector.

Partía a hacer penitencia a la ermita, lugar de peregrinación obligado en Cuenca, buscando cuerdas, cintas viejas para dejar y demás enseres, cuando se me vino encima la columna de libros. La escena invita a la sonrisa tratando de sujetar el tsunami con las manos, siendo enterrado entre trastos e historias.

Me senté a comprobar el desaguisado cuando un libro llamó mi atención sobre el desorden. Momo, maravillosa novela de Michael Ende, sí el de la Historia Interminable, que escribió en 1.973. Me senté en el montón creado y empecé a releer sus páginas. Espero que lo hayáis leído, si no es así leerlo primero y no sigáis con estas líneas, en todo caso os contaré que Momo es una historia sobre la vida, sobre el tiempo que tenemos y lo que hacemos con él. Los hombres de gris nos guardan el tiempo en su banco del tiempo, tiempo que ahorramos y no disfrutamos. El tiempo son bellas flores que crecen, todas distintas y se pueden guardar o disfrutar su belleza.

Tiempo es un valor económico, primera variable en la ecuación del trabajo, normalmente tiempo mas habilidades a cambio de un salario. También lo es en el principal problema de la economía familiar, capital prestado a devolver más los intereses que genera por el paso del tiempo. Las hojas que los hombres de gris nos guardan en el banco del tiempo. Intereses que pagamos y no disfrutamos, hojas que se marchitan. Sencillamente genial leer Momo.

Sentado en la ermita, entre pegue y pegue, seguía leyendo a Momo cuando se acercó John, un americano que conocí una mañana en Margalef, volví a coincidir algunos meses después en Rodellar, y ahora, con su característica sonrisa en la boca, en Cuenca. Charlamos como hacemos los miembros de esta tribu, tras las preguntas rituales, pasamos a las hazañas cosechadas en nuestras batallas en la roca, por último cuando la conversación languidecía me preguntó: “¿por qué tenéis tanto tiempo libre los españoles? Siempre os veo escalando”. “¿Has leído Momo?” le pregunté yo. “No os entiendo” fue su respuesta. La conversación murió en ese instante y la hoja del tiempo conjunto también.

Él se sorprende de vernos siempre escalando. Yo me he sorprendido de verle a él tanto tiempo en España en tantos sitios, siendo estudiante, según él. El parámetro es el mismo, el tiempo empleado, inversión realizada en nuestra principal actividad. El valor económico del tiempo empleado es utilizado desde las marcas de ropa deportiva, cuerdas, a los restaurantes, campings, hoteles, casas rurales, pasando por zapateros, empresas de alquiler, agencias de viajes y vendedores de vehículos.

Antes de la crisis económica se hablaba del tiempo libre, la reducción de las jornadas de trabajo y la cultura del ocio. Se ocultó durante unos años cuando otras prioridades básicas no estaban cubiertas. Eso sí, siempre quedó el factor tiempo como denominador común.

Emplearé unas cuantas flores de las del libro de Momo para seguir acercándome al “Ladrón de Cuerdas”, uno de los proyectos en curso. Como libros amontonadas en mi trastero guardo las vías que ya he encadenado. A veces se cae alguna y vuelvo por ella. El gusto no es el mismo, el de la historia repetida, por muy buena que sea, siempre es más intensa la emoción de la próxima. Mientras nos dure el tiempo.