lunes, 23 de marzo de 2015

La vía es sueño


Sueño con vías. No me pasa muy a menudo. Lo normal es que haga un ejercicio de memorización de los movimientos, retenga en mi cabeza la sucesión de pasos, que de una manera más eficiente, me permitan encadenar una vía. El proceso es el siguiente: antes de iniciar un “pegue”, visualizar los pasos que voy a dar. Es uno de los ejercicios que están comprobados son necesarios para el éxito. La visualización positiva del encadenamiento de los pasos.

Algunas sobrepasan el consciente y se instalan ahí donde habitan los sueños. Ocurre, sin embargo, que por la mañana se disuelven en la memoria. Tras una vivencia intensa, rayana con la realidad, al despertar desaparecen. Unos minutos después tengo un vago recuerdo de lo soñado, unas horas después no me acuerdo de nada. Son como los sueños.

Encadeno vías. No me pasa muy a menudo. Lo normal es que haga un ejercicio de memorización de los movimientos, probándolos muchas veces hasta tener la secuencia más eficiente, por mi forma física, para hacerlos. Entreno y me adapto a los movimientos más difíciles. Hay vías que no soy capaz de resolverlos, bien por falta de fuerza, de habilidad física, o de descubrir una forma de hacerlo. Vuelvo, tras entrenarlo, hablarlo con mi entrenador y poner una estrategia que me permita hacerlo en un futuro. Visualizo la vía y me aprendo los movimientos.

Algunas sobrepasan el consciente y se instalan ahí donde habitan los sueños. Sueño con hacerlas, son sueños conscientes, despierto, pertenecen al mundo de los que pueden hacerse realidad. Una vez encadenada se va disolviendo en la memoria, al principio me acuerdo de ellas, grabados los movimientos a fuego, luego los voy olvidando, ocupando el hueco en la memoria con los movimientos de nuevas vías.

Sueño despierto y a veces tengo “deja vus”, creo que ya he hecho una vía o un movimiento, una suerte de paramnesia de reconocimiento, ya he experimentado previamente un paso y puedo repetirlo, justo antes de hacerlo. Mi cabeza recuerda pasos que no he dado antes.

Tengo vías en la cabeza. Recuerdo cada uno de sus movimientos. Viajan conmigo como mi ebook en la mochila. Pertenecen a los sueños de la razón. Abro el archivo y recuerdo los movimientos, dónde pongo la mano, con cuántos dedos, cómo cruzo el pie por encima de la rodilla, cómo reboto dos veces con la misma mano y así hasta que llego a la cadena. Vías que están a cientos de kilómetros de mi casa, requieren de una decisión clara de organizar un viaje allí, buscar la mejor época del año de la zona, el mejor momento de forma para afrontarlas y,por supuesto, de la suerte de que no haya muchos escaladores probándola en ese momento.

Pasan de año a año, como viejos amigos busco el reencuentro, a veces ingrato, siempre con la incertidumbre de enfrentarme a ellas. Me gusta viajar y escalar con aquéllos que comparten esta pasión, que sueñan con vías, que no tienen miedo al fracaso conocedores que habrá otra vez. Está en la mítica de este deporte.

Otro sueño que se disuelve en la mañana, entre los sonidos del pájaro carpintero. Todas las vías son sueños y los sueños, sueños son.

lunes, 9 de marzo de 2015

El canto del carpintero


Las primeras luces del alba me suelen encontrar despierto, lector impenitente, café cortado y primeros sonidos de la mañana. El río Júcar arrulla en los cantos y las orillas. Al fondo, inconfundible, un pájaro carpintero trabaja algún chopo ribereño. Su canto, pequeñas sucesiones de golpes repetidos, se convierte en mi canción de desayuno. Amanece en Cuenca.

La jornada despereza, fría y soleada, en el ritmo cansino del campamento. El invierno se aleja, se adivina la primavera. Las nieves vienen en el río, con ellas sus días blancos. Los días de nieve han acabado, vuelven los días de roca.

Apuro el café y cierro los ojos. Mi mente vaga hasta el norte, reino del manto blanco en invierno, días cortos y fríos, Cerler mi capital preferida. Allí donde el quebrantahuesos es el rey. Allí donde este invierno volví a sentarme, en el telesilla, con el carpintero, en mis clases de esquí, camino del Gallinero. Seis meses enseña en la estación, seis meses ejerce su otra forma de vida.

Mira con sus ojos claros al valle, al fondo Cerler, donde ejerce de carpintero cuando no de profesor de esquí, especialista en fuera de pista, free ride se dice ahora, amante de las montañas, apasionado de su pueblo.

La carretera, me decía, para llegar al valle hace tiempo que habría que haberla ensanchado, no llegan las inversiones tan necesarias para hacer crecer este valle, se quedan en el de al lado. Su mirada se dirigía por encima de las montañas, no me dijo a cuáles, yo los intuyo, no es difícil. No se quedan a vivir en el valle. Vienen por temporada, son cientos de profesores, pero en cuanto se derrite el hielo se van con él. Eso sin contar los que dan clases ilegalmente, sin la titulación necesaria, sin los seguros que respalden su actividad si ocurre un infortunio. Cada año somos menos viviendo en el valle, unos pocos, pero menos. Concluyó su reflexión. Miró al valle y dijo “ahora a muerte hasta abajo”. Fanático de su deporte, de su valle, de su pueblo, de sus montañas. Me tiré tras él y conmigo los otros siete aprendices.

El pájaro carpintero volvió a aporrear su pino. Me despertó de mi ensueño. Hay paralelismos y frentes comunes. La titulación necesaria para enseñar, dar clases, junto con la responsabilidad civil de las actividades al tiempo libre. El problema de la despoblación de los pueblos, en muchas ocasiones donde realizamos nuestras escaladas. Actividad económica que fije población. Decisiones políticas de inversión pública que ayuden a ello.

Pienso en el colectivo itinerante de Rodellar de los veranos, en el de guías de montaña de los inviernos, unos pocos se quedan, los demás siguen el camino. Nos acercamos al Paraíso, vivimos un tiempo en él y buscamos otros, persiguiendo un nuevo proyecto cada vez. Volvemos y encontramos los que han elegido éste o aquel. Viviendo en Margalef, en Cerler, o como yo, en la caravana.

Es el canto del carpintero, el de Cuenca o el de Cerler, el que agita mis razonamientos. Su bella canción resuena en mi cabeza así me ponga las botas de esquiar o me calce los pies de gato.