martes, 22 de septiembre de 2015

La vida pirata

Hoy he arriado la bandera, ya no era negra, y hace mucho tiempo que la calavera no daba miedo. Más parecía una sonrisa. Los días sin fin se han acabado, ya no da igual martes que sábado para atracar en puerto. Volvemos a los viernes, a odiar los lunes.

El tiempo es el mayor activo económico que tenemos, limitado de origen e incierto en su duración. Todo escalador sabe que además es un mal compañero de viaje, cuanto más vivimos menos nos queda. El elixir de la eterna juventud no lo hemos encontrado y en su búsqueda no hemos invertido inútilmente mucho tiempo. Sí en entrenar, en buscar vías, en encadenar proyectos, en la búsqueda de lo imposible.

La vida pirata es el sueño para el escalador deportivo. Tener todo el tiempo del mundo para entrenar y escalar sin más preocupaciones que buscar nuevas vías y zonas de escalada. El dinero necesario para vivir se obtiene de las marcas, patrocinadores varios, aquí se incluyen ahorros, familias, trabajos a tiempo parcial, las madres de algunos y las abuelas de otras. Todos los días son jueves, preludio del ambiente del fin de semana, no han llegado los habituales del sábado, siempre hay un día más para probar, no importa que llueva, ya escampará. La estrella polar en el norte, la cruz del sur en el otro hemisferio presiden las noches y la titilante luz de las estrellas ronronean como una nana cada noche para el sueño del pirata.

Han sido cuatro largos años. Las juntas de la vida se han tambaleado, los objetivos han ido cambiando. Ya no me llega el dinero de los patrocinadores, los sponsors se han cansado de mis pobres resultados, mi editor ya no vende mis libros. Vuelvo a buscarme la vida fuera de la escalada, en el rojo y verde de los mercados, en sus opciones y futuros.

Ya no seré pirata que se embarca sin fecha cierta de retorno, persiguiendo botines en forma de vías, allá donde me lleve el viento, sin más bandera que la dificultad, sin más patria que una nueva escuela de escalada. Ahora me embarco en el primer barco filibustero que salga los viernes, sin importar los vientos y con el lunes como futuro cierto.

Me hago mercenario. El fin de semana se llena de objetivos de  pegues, de compañeros obligados a la misma línea, de viajes programados, de planificación exacta de los entrenamientos, de consulta constante a la previsión meteorológica, de horarios de escalada. Ya no me darán igual los días de la semana, preferir los martes a cualquier otro día, no lo harán las borrascas como ahora, la hora de empezar a escalar, la estación del año o el sueño acumulado.

Me encontraréis en las escuelas, ahora con el portátil y la conexión 4G que no existe allí, analizando mercados, comprando y vendiendo el tiempo, amortizando el mío. Comprando el derecho de más tiempo. Mirando el precio del gasoil.

El amanecer se despereza con el canto del carpintero, las hojas vuelan sobre el río preludio del otoño, el nido del cárabo vuelve a estar habitado, el viento baja por el valle, las ardillas suben por sus frutos y nosotros sacamos los hierros para el combate. Es el ruido de las armas lo que me hace seguir, veterano embarcado añoro el combate con las vías. No veo el momento de dejarlo, nací pirata.